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domingo, 14 de marzo de 2010

MARTÍN DE VILLAMEDIANA (CONT,-)

Y relamióse. Y después dél, fuimos uno tras otra pecando y vimos y sentimos que todo fue bueno.

Y también echamos de ver que por una vez, el negro Matute, que así le apellidaban, no nos engañó. Pues no solo la hambre iba desapareciendo a medida que echábamos el vino al coleto, sino que una desconocida alegría y viveza, ignota en todo punto, apoderóse de todos nosotros y pronto dimos en cantar las obscenas canciones que aprendimos, hasta berrear como malditos al cabo de un rato.

Pero el Diablo, que es grande enemigo del humano género, como es bien sabido, quiso que la embriaguez, fuese apoderándose de nuestro escaso y abotargado entendimiento, a medida que el vino hacía su efeto, y las cosas pronto salieron de madre y llegóse a extremos jamás vistos ni oídos, y eso que el vecindario estaba hecho a la pendencia y todos eran peritos en vicios, depravaciones y libertinajes.

El caso fue que los hermanos mayores, que eran a la sazón Tomás, Dámaso y la Menegilda, dando tumbos y echando por aquellas bocas de fuego, blasfemias y palabras soeces capaces de avergonzar a un íncubo, salieron en tal estado a las calle, que lo primero que su abotargado cerebro llegó, fue el tomar una buena provisión de cantos, que abundaban por doquier, y disparar tal lluvia de guijarros y pedruscos sobre todo el que tenía la desdicha de pasar por el callejón maloliente donde estaba nuestra cuadra, que la batalla de San Marcial fuese juego florales y chiquillada al lado de los desafueros que en aquella hora se vieron y se sintieron para desgracia propia y ajena.

Y así la primera pedrada que yo, entre las brumas del vino pude ver, dio en la cabeza de la vieja Cándida que cabe la puerta de su casita hilando en silla de estera muy pacíficamente estaba.

Fue el impacto tan recio y tan súbito, que la anciana dio consigo en el suelo, abierto el cráneo en dos mitades, manando tanta y tan abundosa cantidad de sangre, que todos pensaron que había fenecido y que ya los diablos daban con ella en los infiernos. Pero erramos como después se verá.

Su hijo, que era un hombre, que tenía más parecido con los jabalíes que con los seres humanos a los que decía pertenecer, herrero de profesión y matarife de inocentes como tantos moradores del barrio, estaba cuando sucedió lo de Cándida dentro de la casa, roncando la borrachera. Pero al ruido infernal de los cantos estrellándose contra la fachada despertóse al fin y abrió uno postigo.

Nunca lo habría de hacer, pues dos o tres pedruscos lanzados con mano certera y sabia, impactaron sobre su cara, lleváronle de inmediato los colmillos y aún las muelas cordales, dejándole la boca en un instante ayuna de dientes y bañada en sangre.


¡Como describir aquí el rugido de rabia y dolor que salió de la garganta de aquel ogro, cuando en medio de su desconcierto acertó a ver a su madre tendida como difunta en medio de un océano de sangre y sus propios y queridos dientes yaciendo al lado de la autora de sus días!

¡Qué decir de las blasfemias que de aquella chorreada boca salían junto a borbotones de saliva y sangre!

De mí se decir que añadime al grupo de los cabecillas y púseme a disparar guijarros como un héroe, por mor de ayudar a mis hermanos en aquel trance, que no había hecho sino comenzar y que tantas y tan dañinas consecuencias tendría para todos nosotros los Villamediana.

Laus Deo



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