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miércoles, 10 de marzo de 2010

LAS AVENTURAS DE MARTÍN DE VILLAMEDIANA

CAPÍTULO CON EL QUE PRINCIPIA LA OBRA Y SE NARRAN MIS AVENTURAS Y DESVENTURAS QUE DE TODO HUBO

Cuando ví a mi tío bailando la danza macabra de los ahorcados, me di cuenta de la importancia de la familia.

¿Habrá algo más importante que tener una familia?

Así que una vez que le habían dado matarile a tío Domiciano, que era el pobre una bellísima persona, una de esas almas cándidas que van por la vida haciendo el bien, y siendo malos solo para ellos mismos, tuve claro que habría que ganarse la vida, pues el que hasta entonces había sido, no solo mi familiar, sino la luz de mis ojos, y el Todopoderoso –dicho sea sin ofender- había llegado al final de sus desventurados días.

El caso es que todo lo conseguía, casi siempre sacándolo de la faltriquera de los labriegos y paisanos con los que solía tratar, pero lo importante es que cada noche, traía a casa junto a la correspondiente juma, algo con que acallar las voces del estómago. Por lo tanto no íbamos yo y mis seis hermanos todos pequeños como los dedos de la mano, a hacer ascos a los dineros o a preguntar de dónde o desde cuándo. Ya sabes lo del refrán, “cuando te dieren la novilla, acude con la soguilla” y paz en la tierra a los hombre de buena voluntad.

De mis progenitores apenas había tenido noticia, noticia buena, porque de las dañinas se habían encargado las arpías que teníamos por vecinas de recordárnoslo todos los días de nuestra áspera existencia.

-¡Ah hijos de puta qué bien se ve de dónde venís todos…! –repetía la vieja Cándida que era una de las peores, mientras nos apedreaba con lo primera que a su mano hallaba, solo porque teníamos hambre y tentábamos el puchero un día sí y el otro también.

Total que ahí fue donde caímos en la cuenta de que nuestra madre se hallaba presa en la cárcel de Córdoba por puta, y que siempre fue además amiga de andar en embustes y chismes, como es propio de su oficio, aparte de embaucadora, bruja de las de las cartas, y enmendadora de virgos, práctica ésta en la que era reputadísima.

El caso es que dio en el estaribel[1], el día en que intentó cobrar los 100 maravedís que pedía por hacer doncella nueva a la que ya lo había dejado tiempo ha, pero esta vez, como la muchacha era hija de don Pero de Quiñones y Verdecampo, marqués de la Marca, la cosa fuése de las manos y pasó a mayores y mi madre a la Madrastra. Pero deso parlaremos más tarde, si Dios es servido, que tiempo á para ocuparse de la autora de mis días y dadora al mundo de siete u ocho hijos, unos blancos, otros retintos y mulatos, y todos hijos de la grandísima puta, tal y cómo dejamos dicho.

Que decir de nuestro padre. O de nuestros padres, pues se decía que cada uno venía de un lado del mundo universo diferente y que habíalos que representaban con mucha brillantez el África, otros la América y los más la Europa, tanto la meridiana como la brumosa del norte. Pues entre mis hermanillos y hermanillas, podíamos contar desde pelirrojos hasta mestizos hijos de indio y negra que llamaban lobos en la América, pasando por rubios norteños a sucios gitanos.

Tantos habían sido los visitantes del camaranchón de nuestra madre, que bien se podría decir que las naciones habíanse dado cita en él. Aunque cierto es y para no faltar a la verdad ni el negro de una uña, que en aquel nido de amor y fábrica de desgraciados en que se convirtió nuestra cabaña materna, no dejó de haber sus pendencias y desafueros y no hubo pocos puñetazos y lluvias de golpes, por un quítame allá esas pajas, pero sería prolijo dar cuenta de ello.

Y no faltará momento.

Porque a decir verdad estoy desviándome de la reta razón por la que quiero ir, contándolo todo de espacio y con orden.


Y así volvemos a mi padre.

Acábase pronto la colación si decimos que ni lo conozco ni pienso que lo vaya a conocer en todos los días de mi vida. Al único que acerté a ver, desde mi más tierna edad, era a un negrote, grande como una ballena, cargado de hierros y pistolones cuántos pudieran verse y que cargaba algo de hombros y llevaba un aro en la oreja que delataba su vieja condición de esclavo y su nunca perdida condición de hijoputa.

Según acierto a recordar, cuando quería yacer con mi madre, que eran las más de las noches en que no andaba huido de la justicia, o ajusticiando por su cuenta pobres pecadores, llegábase adonde mis hermanos y yo dormíamos en aquella, que más que casa fuera hura de culebra, y sin más miramientos, empezaba a trompadas a todos nosotros, y así con golpes tan fieros que amenazaban dar con la casamata en el suelo, íbamos todos a dar con nuestros huesos, hambrientos y desnudos al mitad del arroyo.

Y aquí comenzaba nuestra venganza que consistía en estarnos berreando en grande porfía, hasta que el gran cabrón dejaba exhausta a nuestra madre. Como esto solía tomar un tiempo, todos los vecinos dábanse a los demonios, y así aquel patio de vecindad, escuela de buenas costumbres y de vida y trato palaciego, venía por mor de los torpes deseos del negro, a convertirse en sucursal del infierno y guarida de diablos, en la que no era raro que las manos llegasen a las barbas para tintarlas en sangre.

¡Tanta era la algarabía y el jaleo! Y también los alguaciles hacían con frecuencia su aparición para molernos a palos a todos, poniendo especial cuidado en dar buena cuenta de mí y de mis pobres hermanos, que solíamos volver asendereados y molidos todos.

Y eso por las puterías de nuestra madre a la que yo vea comida de lobos, y la lujuria del negrón que era inacabable como la mar océana . (continuará....)



[1] Estaribel es uno de los nombres que en argot se da a la cárcel



JavierFdzLagar

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